.Hace treinta años, para esta fecha, estaba terminando la escuela secundaria. Busqué para ese entonces, sentarme cerca de la ventana que daba a la calle. El último bimestre me resultó especialmente interminable. Ya había decidido el ingreso a la Facultad. Mirar por la ventana la gente por la calle y los entrenamientos de “Puerto Nuevo” (la cancha estaba donde ahora hay una plaza) me daban un oxígeno de realidad que me costaba encontrar adentro.
Ayer organicé un trabajo práctico con las alumnas de primer año del profesorado de educación inicial. Pregunté que opinaban sobre los textos de Paulo Freire que habíamos leído. Florencia me dijo que no le gustaba el tono casi emocional de su discurso. Charlamos un poco sobre esto. Cuando terminó la clase fui pensando en el viaje del Instituto a la escuela con algo de molestia sobre esta opinión. Al poco de andar, me pareció interesante lo que me había dicho. Me avergüenza la facilidad con que se me cuelan pesados prejuicios en el intento de escuchar.
Es difícil leer a Freire y no pensar en la concreta realidad del Brasil de su tiempo. Son ese tipo de pensadores que no pueden elaborar un discurso despegándose de su responsabilidad frente a los problemas concretos que le golpean la ventana.
Para Paulo, la injusticia, el hambre y la exclusión de América Latina, son la urgencia inevitable de su esfuerzo de educar. ¿Encontrará Florencia los rostros de las urgencias que golpean a su ventana cuando estudia?
Soy profesor de Filosofía de estas futuras maestras. Una especie de “acompañante de mirar por la ventana”.
Desde hace un tiempo, todos los viernes, en el recreo, toco algunos tangos en el patio de la escuela. La primera vez que me senté aquí con una guitarra, experimenté una sensación que no se repitió jamás en otro sitio. Una gran mayoría de muchachos siguieron caminando y conversando como si nada hubiera pasado. Otros observaban, pero a tanta distancia, que me resultó difícil continuar.
La soledad de la cárcel se me impuso con una densidad tan diferente a otras, como no había podido percibir hasta ese instante.
Ayer el grupo de teatro presentó una obra nueva. La gente que reía y aplaudía modificó la rutina diaria, tan sólida como los barrotes que todo lo rodean.
Este viernes se notó en el aula el golpe de “volver” al silencio cotidiano.
Después de alguna estrofa (generalmente toco tangos viejos muy lunfardos) salta alguna voz lejana de cierta complicidad.
A unos diez metros veo a Julio que se ha quedado solo dentro del aula y escucha con atención. Pareciera que la clase que hace un rato terminamos, continúa para él haciéndose rima orillera. Tiene todavía la carpeta y algún libro delante suyo, debajo de sus manos grandes. Hace minutos nomás, releímos en el curso la declaración de los derechos universales del hombre y la comparamos con el artículo catorce de nuestra Constitución. Siempre escucha con calma y un dejo notable de tristeza.
Canto “En un feca”, un tango anónimo que siempre me piden, donde un tipo le enrostra a una mina, haberlo engrupido como a un niño declarándole un amor que no era cierto. Ese contraste tan ridiculizado del género, que muestra a un guapo que no le teme a nada, pero que sucumbe frente a la mujer que ama. En este forzado mundo carcelario de hombres, una compañera es un perfume de libertad.
Julio me saluda con una leve inclinación de cabeza cuando advierto su atención. Su gesto parece la memoria de algún bar. De pronto ese pupitre se ha vuelto muchas otras mesas recordadas o soñadas.
Con el último acorde, abandona el fondo del aula y se acerca hasta el rincón del patio donde estoy. Le pregunto como andan sus cosas y me comenta que le falta poco tiempo para salir a la calle. “Yo soy de Luján”, agrega, “mi familia tiene panadería y me están esperando”.
Para Él, en esta tarde, los derechos del hombre y las garantías constitucionales, son una mujer que se asoma a su ventana con el olor del pan.
viernes, 2 de octubre de 2009
Los nuevos muros de la prisión global
Por John Berger
La extraordinaria poeta estadounidense Adrienne Rich dijo hace poco en una conferencia que: "Un informe elaborado este año por la Oficina de Estadísticas de Justicia revela que una de cada 36 personas que habitan el territorio estadounidense está detrás de las rejas, muchas de ellas en la cárcel, sin condena".
En esa misma charla citó al poeta griego Yannis Ritsos:
"En el campo la última golondrina se había demorado
Suspendida en el aire como una cinta negra en la manga del otoño
No quedaba nada. Sólo las casas quemadas ardiendo quietas".
Apenas atendí el teléfono, supe que eras vos llamándome inesperadamente desde tu departamento en la Via Paolo Sarpi. (Dos días después de los resultados electorales y el retorno de Berlusconi.) La velocidad con que identificamos una voz familiar surgida de buenas a primeras resulta reconfortante aunque a la vez un poco misteriosa. Porque las medidas, las unidades que empleamos para calcular la clara distinción que hay entre una voz y otra no tienen ni fórmula ni nombre. No tienen un código. En estos tiempos, todo se vuelve cada vez más codificado.
De ahí que me pregunte si no habrá otras medidas, también sin codificar pero precisas, para poder calcular otras presunciones.
Por ejemplo, la dimensión de libertad circunstancial que existe en una situación dada, su alcance y sus límites estrictos. Los presos se vuelven expertos en esta cuestión. Desarrollan una sensibilidad especial respecto de la libertad, no como principio, sino como sustancia granular. Detectan casi inmediatamente fragmentos de libertad apenas éstos aparecen.
En un día normal, de ésos en que no está pasando nada y las crisis anunciadas a cada hora son las viejas conocidas –y los políticos se presentan como la única alternativa posible a la CATASTROFE– las personas cuando se cruzan intercambian miradas para verificar si los otros estarán pensando lo mismo al decirse para sus adentros: ¡Esto es la vida, entonces!
Generalmente, están pensando lo mismo y en ese instante de experiencia compartida nace una especie de solidaridad anterior a todo lo que pueda decirse o hablarse.
Estoy buscando las palabras para describir el período de la historia que vivimos. Decir que es sin precedente significa muy poco porque todas las épocas han sido sin precedente ¡desde que se descubrió la Historia!
No estoy buscando una definición compleja del período que estamos atravesando –hay muchos pensadores, como Zygmunt Bauman, embarcados en esa tarea esencial. Lo que yo busco no pasa de ser una imagen figurativa que sirva como signo distintivo. Los signos distintivos no se explican totalmente a sí mismos pero ofrecen un punto de referencia susceptible de ser compartido. En eso se parecen a los supuestos tácitos contenidos en los dichos populares. Sin puntos de referencia, se corre el gran riesgo humano de dar vueltas en círculo.
El signo distintivo que encontré es la prisión. Nada menos. A lo largo y a lo ancho del planeta, estamos viviendo en una prisión.
Como el término "nosotros ", tanto impreso como pronunciado en las pantallas, se ha vuelto sospechoso desde que lo emplean continuamente quienes están en el poder en la afirmación demagógica de que también hablan en nombre de aquellos a los que se niega el poder, hablaremos de nosotros como "ellos ". "Ellos " están viviendo en una prisión. ¿Qué clase de prisión?
¿Cómo está construida?¿Dónde está?¿O sólo estoy usando la palabra como figura del discurso?
No, no es una metáfora, el encarcelamiento es real, pero para describirlo debemos pensar históricamente. ¿Qué clase de prisión?
Michel Foucault mostró gráficamente que la penitenciaría fue un invento de fines del siglo XVIII, comienzos del XIX, estrechamente ligado a la producción industrial y a sus fábricas y su filosofía utilitaria. Anteriormente, había prisiones que eran prolongaciones de la jaula y de la mazmorra. Lo que distingue a la penitenciaría es la cantidad de presos que puede alojar, y el hecho de que todos están bajo vigilancia permanente –gracias al modelo del Panóptico, concebido por Jeremy Bentham, quien introdujo el principio de la contabilidad en la ética.
La contabilidad requiere que se lleve un registro de cada transacción. De ahí las paredes circulares de las penitenciarías, las celdas distribuidas en círculos y la torre de observación giratoria en el centro. Bentham, que fue tutor de John Stuart Mill a comienzos del siglo XIX, fue el principal apólogo utilitarista para el capitalismo industrial.
Hoy, en la era de la globalización, el mundo está dominado por el capital, no industrial, sino financiero, y los dogmas que definen la criminalidad y la lógica del encarcelamiento han cambiado radicalmente. Las penitenciarías todavía existen y se construyen cada vez más y más. Pero las paredes de la prisión ahora sirven a propósitos diferentes. Ha habido una transformación en lo que constituye el área de encarcelamiento.
Hace veinticinco años Nella Bielski y yo escribimos “Cuestión de geografía”, una obra sobre el Goulag. En el Acto Segundo, un Zek (preso político) le habla a un muchacho que acaba e ingresar sobre sus posibilidades de opción, sobre los límites de lo que se puede elegir en un campo de trabajos forzados.
Cuando vuelves arrastrándote de un día de trabajo en la taiga, cuando te traen marchando de regreso, medio muerto de cansancio y de hambre, te dan una ración de sopa y pan. Con la sopa no hay opción –hay que tomarla mientras está caliente o mientras está por lo menos tibia. Con los 400 gramos de pan puedes optar. Por ejemplo, puedes cortarlo en tres trozos pequeños: uno para comer ahora con la sopa, otro para llevarte a la boca antes de dormirte en tu litera, y el tercero para guardarlo hasta la mañana siguiente a las diez, cuando estás trabajando en la taiga y sientes el vacío de tu estómago como una piedra.
Vacías una carretilla llena de piedras. En cuanto a empujar la carretilla hasta la pila no tienes opción. Ahora, cuando está vacía puedes optar. Puedes regresar con la carretilla como llegaste o –si eres inteligente, y la supervivencia te vuelve inteligente – la empujas así, casi vertical. Si optas por esta segunda forma les das un descanso a tus hombros. Si eres un Zek y te designan jefe de equipo, tienes la opción de jugar a que eres un matón, o no olvidar nunca que eres un Zek.
El Goulag ya no existe. Millones de personas continúan sin embargo trabajando en condiciones que no son muy diferentes. Lo que cambió es la lógica forense aplicada a trabajadores y criminales.
En la época del Gulag, los presos políticos, clasificados como criminales, eran reducidos a esclavos trabajadores. En la actualidad, millones de trabajadores brutalmente explotados están siendo reducidos al estatus de criminales.
La ecuación del Gulag: criminal = trabajador esclavo fue reescrita por el neoliberalismo para convertirse en trabajador = criminal oculto . El drama de la migración global se expresa en esta nueva fórmula: los que trabajan son criminales latentes. Cuando se los acusa, son hallados culpables de tratar, a toda costa, de sobrevivir.
Quince millones de mexicanos, hombres y mujeres, trabajan en Estados Unidos sin papeles, siendo por ende ilegales. Un muro de hormigón de 1.200 km y una muralla "virtual " de 1.800 torres de observación, están siendo proyectados sobre la frontera entre Estados Unidos y México. Se encontrarán por supuesto formas –todas ellas peligrosas – de eludirlos.
Entre el capitalismo industrial, que dependía de la manufactura y las fábricas, y el capitalismo financiero –dependiente de la especulación del libre mercado y los encargados de compras y ventas (las transacciones financieras especulativas ascienden cada día a 1, 3 billón de dólares; 50 veces más que la suma de los intercambios comerciales)– el área de encarcelamiento cambió. La prisión es ahora tan grande como el planeta y las zonas que tiene asignadas varían y pueden expresarse como lugar de trabajo, campo de refugiados, centro comercial, periferia, ghetto, complejo de oficinas, favela, suburbio. . . Lo esencial es que los reclusos en estas zonas, son compañeros de prisión.
Estamos en la primera semana de mayo y en las laderas y las montañas, sobre las avenidas y alrededor de los portales, en el hemisferio norte, las hojas de los árboles están cayendo. No sólo siguen siendo claras todas sus diferentes variedades de verde sino que la gente también tiene la impresión de que cada hoja es distinta, y es así como descubre, no billones (el dólar corrompió el término), una multitud infinita de hojas nuevas.
Para los prisioneros, los pequeños signos visibles de la continuidad de la naturaleza siempre fueron, y continúan siendo, un estímulo secreto.
Hoy el objetivo de la mayoría de los muros de la prisión (hormigón, electrónicos, patrullados o para interrogatorios) no es guardar a los prisioneros y corregirlos, sino mantener a los reclusos "apartados " y excluirlos.
La mayoría de los excluidos son anónimos –de ahí la obsesión de todos los efectivos de seguridad con la identidad. También son incalculables. Por dos razones. Primero porque su número fluctúa; cada hambruna, desastre natural e intervención militar (¡ahora lo llaman gestión policial!) los hace disminuir o aumentar. Y, en segundo lugar, porque evaluar su número implica confrontar la verdad de que constituyen la mayor parte de los que viven en la superficie de la tierra –y enfrentarlo es caer en el absurdo más absoluto.
Seguramente todos lo habrán notado –los productos pequeños son cada vez más difíciles de sacar de su envase. Algo similar ha sucedido con las vidas de los empleados que ganan bien. Aquellos que tienen un empleo legal y no son pobres viven en un espacio muy reducido que les permite cada vez menos y menos opciones –salvo la alternativa binaria continua de obediencia y desobediencia. Sus horarios de trabajo, su lugar de residencia, sus habilidades y su experiencia anteriores, su salud, el futuro de sus hijos –todo, exceptuando su función como empleados – ha adquirido un segundo lugar insignificante al lado de las exigencias enormes e impredecibles del Beneficio Neto . Más aún, la Rigidez de esta norma de la casa se llama Flexibilidad . En la prisión, las palabras se dan vuelta patas para arriba.
La presión alarmante de las condiciones de trabajo en puestos elevados obligó hace poco a la justicia de Japón a reconocer y definir una nueva categoría forense de "Muerte por exceso de trabajo".
No hay otro sistema posible, se les dice a los que ganan bien. No hay alternativa. Tome el ascensor. El ascensor es tan pequeño como una celda.
"Les peuples n'ont jamais que le degré de liberté que leur audace conquiert sur la peur " Stendhal.
(Los pueblos nunca tienen otro grado de libertad que el que su audacia conquista al miedo.)
Observo a una niña pequeña de cinco años tomando su clase de natación en una pileta municipal cubierta. Lleva un traje de baño azul marino. Sabe nadar y sin embargo todavía no tiene confianza suficiente para nadar sola sin ayuda. La instructora la lleva a la parte profunda de la pileta. La chiquita va a saltar al agua aferrándose a una barra larga que la profesora le extiende. Es una forma de superar su miedo al agua. Ayer hicieron lo mismo. Hoy ella quiere que la niña salte sin sostenerse de la barra. ¡Uno, dos, tres! La chiquilla salta pero a último momento toma la barra. Ni una palabra. Una débil sonrisa pasa entre la mujer y la niña. La chiquita, desenvuelta, la mujer, paciente.
La chiquita se trepa por la escalera para salir de la pileta y vuelve al borde. ¡Déjeme saltar otra vez! , exclama. La mujer asiente. La niña toma aire ruidosamente y salta, con las manos al costado, sin agarrarse de nada. Cuando sube nuevamente a la superficie, la punta de la barra está allí, frente a su nariz. Da dos brazadas hasta la escalera sin tocar la barra. ¡Bravo!
En ese instante que la niña saltó sin la barra, ninguna de las dos estaba en la prisión.
Analicemos la estructura de poder de este mundo sin precedente que nos rodea, y cómo funciona su autoridad. Cada tiranía encuentra e improvisa su propio juego de controles. Por eso a menudo, al principio, no son reconocidos como los controles viciosos que son. Las fuerzas del mercado que dominan el mundo afirman que son inevitablemente más fuertes que cualquier Estado-nación. La afirmación es corroborada a cada minuto. Desde una llamada telefónica no solicitada para convencer a un abonado de que contrate un seguro de salud o una jubilación privada, hasta el ultimátum más reciente de la Organización Mundial de Comercio.
El resultado es que la mayoría de los gobiernos no gobiernan. Un gobierno ya no avanza hacia el destino que eligió. La palabra horizonte, con su promesa de futuro anhelado, ha desaparecido del discurso político tanto en la derecha como en la izquierda. Lo único que queda para debatir es cómo medir lo que hay. Las encuestas de opinión reemplazan el rumbo y reemplazan el deseo.
La mayoría de los gobiernos no guían, juntan el rebaño. (En el argot carcelario estadounidense, uno de los muchos términos para los carceleros es pastores).
En el siglo XVIII, el encarcelamiento durante mucho tiempo fue definido con tono aprobador como "muerte cívica". Tres siglos más tarde, los gobiernos están imponiendo por la ley, la fuerza, las amenazas económicas y toda su batahola, regímenes masivos de "muerte cívica".
Vivir bajo cualquier tiranía, ¿no era acaso en el pasado una forma de encarcelamiento? No en el sentido que estoy describiendo. Lo que se vive hoy es nuevo debido a su relación con el espacio.
Es aquí donde el pensamiento de Zygmunt Bauman resulta esclarecedor. El señala que las fuerzas corporativas del mercado que dirigen ahora el mundo son "extraterritoriales", o sea, "libres de las limitaciones territoriales, las limitaciones de la localidad". Son constantemente remotas, anónimas y por lo tanto nunca deben tener en cuenta las consecuencias físicas, territoriales de sus acciones. Cita a Hans Tietmeyer, presidente del Banco Federal de Alemania: "El desafío actual es crear condiciones favorables para la confianza de los inversores". La única prioridad suprema.
Así, la tarea asignada a los gobiernos nacionales obedientes es el control de las poblaciones mundiales, formadas por los productores, los consumidores y los pobres marginados.
El planeta es una prisión y los gobiernos obedientes, sean e izquierda o de derecha, son los pastores.
El sistema carcelario opera gracias al ciberespacio. El ciberespacio otorga al mercado una velocidad de intercambio que es casi instantánea, y que es utilizada en todo el mundo de día y de noche para negociar. Con esta velocidad, con esta rapidez, la tiranía del mercado adquiere su licencia extraterritorial. Dicha velocidad, sin embargo, tiene un efecto patológico en sus usuarios; los anestesia. Pase lo que pase, Business As Usual.
En esa velocidad no hay lugar para el dolor: participaciones del dolor quizá, pero no su padecimiento. La condición humana queda, pues, eliminada, excluida, de quienes operan el sistema. Los operadores están solos por ser completamente desalmados.
Antes, los tiranos eran crueles e inaccesibles, pero eran vecinos que estaban sujetos al dolor. Ya no es así y a largo plazo ésa será la falla fatal del sistema.
Las altas puertas vuelven a cerrarse
Estamos en el patio de la prisión
En una nueva estación.
Tomas Transtömer
Ellos (nosotros) son compañeros de prisión. Ese reconocimiento, más allá del tono de voz en que sea enunciado, contiene un rechazo. En ningún lugar como en la prisión el futuro es calculado y esperado como algo totalmente opuesto al presente. Los encarcelados nunca aceptan el presente como definitivo.
Entretanto, ¿cómo vivir este presente?¿Qué conclusiones sacar?¿Qué decisiones tomar?¿Cómo actuar? Tengo algunas pautas para sugerir, ahora que el punto de referencia ya está establecido.
De este lado de los muros la experiencia es escuchada, a ninguna experiencia se la considera obsoleta. Aquí se respeta la supervivencia y es un lugar común que la supervivencia a menudo depende de la solidaridad entre los compañeros de prisión. Las autoridades lo saben: de ahí su uso del confinamiento solitario, ya sea a través del aislamiento físico o su manipulador lavado de cerebro, mediante el cual las vidas individuales son aisladas de la historia, de la herencia, de la tierra y, por sobre todo, de un futuro en común.
Ignoremos el palabrerío del carcelero. Naturalmente, hay carceleros malos y carceleros menos malos. En determinadas condiciones, es útil notar la diferencia. Pero lo que dicen –aun los menos malos – es una basura. Sus himnos, sus lemas, sus palabras mágicas como Seguridad, Democracia, Identidad, Civilización, Flexibilidad, Productividad, Derechos Humanos, Integración, Terrorismo, Libertad, son repetidos incesantemente para confundir, dividir, distraer y sedar a todos los compañeros de prisión. De este lado de los muros, las palabras dichas por los carceleros carecen de sentido y ya no son útiles para el pensamiento. No atraviesan nada. Hay que rechazarlas aun cuando se piensa en silencio para sí mismo.
En cambio, los prisioneros se sirven de un vocabulario propio para pensar. Muchas palabras son mantenidas en secreto y muchas son locales, con innumerables variaciones. Palabras y frases pequeñas, pequeñas pero cargadas de un mundo, como: Yo te mostraré cómo, a veces me pregunto, pajarillo, algo pasa en el sector B, desvalijado, guardate este aro, murió por nosotros, dale, etc.
Entre los compañeros de prisión hay conflictos, a veces violentos. Todos los prisioneros están marginados; aunque existen distintos grados de marginación y las diferencias de grado provocan envidia. De este lado de los muros la vida es mezquina. El hecho de que la tiranía global no tenga rostro alienta las cacerías para encontrar chivos expiatorios, para encontrar enemigos definibles instantáneamente entre los otros prisioneros. Las celdas asfixiantes se transforman así en manicomio. Los pobres atacan a los pobres, los invadidos saquean a los invadidos. A los compañeros de prisión no hay que idealizarlos.
Sin idealización, tomar nota simplemente de lo que tienen en común –que es su sufrimiento innecesario, su resistencia, su malicia – resulta más significativo, más elocuente, que aquello que los separa. Y a partir de esto, nacen nuevas formas de solidaridad. Las nuevas solidaridades comienzan con el reconocimiento mutuo de las diferencias y de la multiplicidad. ¡Esto es la vida entonces! Una solidaridad, no de masas sino de interconexión, mucho más apropiada para las condiciones de la vida en prisión.
Las autoridades se esfuerzan sistemáticamente al máximo por mantener a los compañeros de prisión desinformados acerca de lo que está pasando en otras partes de la prisión mundial. No adoctrinan, en el sentido agresivo de la palabra. El adoctrinamiento queda reservado para entrenar a la pequeña elite de responsables de las transacciones de compra y venta y los expertos en gestión y mercados. Para la masa de la población carcelaria el objetivo es no activarla, sino mantenerla en un estado de incertidumbre pasiva, recordarle sin remordimiento que en la vida no hay nada más que riesgo y que la tierra es un lugar inseguro.
Esto se realiza gracias a una información cuidadosamente seleccionada, con desinformación, con comentarios, rumores, ficciones. Mientras la operación es exitosa, propone y mantiene una paradoja alucinante, pues engaña a una población carcelaria haciéndole creer que la prioridad para cada uno de ellos es tomar medidas destinadas a la propia protección personal y adquirir de alguna manera, pese a estar encarcelados, su exención particular del destino común.
La imagen de la humanidad, tal como la transmite esta visión del mundo, es una vez más sin precedente. La humanidad es presentada como cobarde; sólo los ganadores son valientes. Además, no hay dones; solamente hay premios.
Los prisioneros siempre han encontrado una vuelta para comunicarse entre sí. En la prisión global actual el ciberespacio puede ser utilizado en contra de los intereses de quienes en un primer momento lo instalaron. De esa manera, los prisioneros se informan sobre lo que el mundo hace cada día y rastrean historias eliminadas del pasado y así se mantienen hombro a hombro con los muertos.
Al hacerlo, redescubren pequeños dones, ejemplos de coraje, una rosa solitaria en una cocina donde la comida no alcanza, dolores indelebles, lo infatigable de las madres, la risa, la ayuda mutua, el silencio, la resistencia cada vez más amplia, el sacrificio voluntario, más risa. . .
Los mensajes son breves, pero se extienden en la soledad de sus (nuestras) noches.
La sugerencia final no es táctica sino estratégica.
El hecho de que los tiranos del mundo sean extraterritoriales explica el alcance de su poder de vigilancia aunque también señala su debilidad futura. Operan en el ciberespacio y moran en condominios cerrados. No tienen ningún conocimiento de la tierra que los rodea. Más aún, desprecian ese conocimiento por superficial y sin profundidad. Sólo cuentan los recursos extraídos. No saben escuchar a la tierra. En la superficie son ciegos. A nivel local están perdidos.
Para los compañeros de prisión es justo al revés. Las celdas tienen paredes que se tocan a lo largo y a lo ancho del mundo. Los gestos eficaces de resistencia sostenida están integrados a lo local, cercano y lejano. La resistencia interior, escuchar a la tierra. La libertad está siendo lentamente encontrada no afuera sino en las profundidades de la prisión.
No sólo reconocí inmediatamente tu voz, hablando desde tu departamento de la Via Paolo Sarpi, también pude adivinar, a través de tu voz, cómo te sentías. Percibí tu exasperación o, más bien, una resistencia exasperada, unida –y eso es algo tan típico en vos – a los pasos presurosos de nuestra próxima esperanza.
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Hacer lugar al lugar de otro.
Somos hijos de alguien que nos mira y nos nombra.
Luego de perder un hijo recién nacido, Chaplin comienza a pensar el guión de la película "El Pibe" (The Kid). Las imágenes del film son el recorrido de esta mirada de Chaplin que busca deseperadamente un sentido a esta pérdida. La foto del momento en que Carlitos "elige" a este bebe abandonado y le pone nombre, me pareció un instante de la historia humana en busca del reconocimiento. Educar es hacer lugar al lugar de otro.
Francisco Mina
Francisco Mina