libres al sol

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La educación como arte y urgencia

viernes, 2 de octubre de 2009

Mirar por la ventana

.Hace treinta años, para esta fecha, estaba terminando la escuela secundaria. Busqué para ese entonces, sentarme cerca de la ventana que daba a la calle. El último bimestre me resultó especialmente interminable. Ya había decidido el ingreso a la Facultad. Mirar por la ventana la gente por la calle y los entrenamientos de “Puerto Nuevo” (la cancha estaba donde ahora hay una plaza) me daban un oxígeno de realidad que me costaba encontrar adentro.

Ayer organicé un trabajo práctico con las alumnas de primer año del profesorado de educación inicial. Pregunté que opinaban sobre los textos de Paulo Freire que habíamos leído. Florencia me dijo que no le gustaba el tono casi emocional de su discurso. Charlamos un poco sobre esto. Cuando terminó la clase fui pensando en el viaje del Instituto a la escuela con algo de molestia sobre esta opinión. Al poco de andar, me pareció interesante lo que me había dicho. Me avergüenza la facilidad con que se me cuelan pesados prejuicios en el intento de escuchar.

Es difícil leer a Freire y no pensar en la concreta realidad del Brasil de su tiempo. Son ese tipo de pensadores que no pueden elaborar un discurso despegándose de su responsabilidad frente a los problemas concretos que le golpean la ventana.
Para Paulo, la injusticia, el hambre y la exclusión de América Latina, son la urgencia inevitable de su esfuerzo de educar. ¿Encontrará Florencia los rostros de las urgencias que golpean a su ventana cuando estudia?
Soy profesor de Filosofía de estas futuras maestras. Una especie de “acompañante de mirar por la ventana”.

Desde hace un tiempo, todos los viernes, en el recreo, toco algunos tangos en el patio de la escuela. La primera vez que me senté aquí con una guitarra, experimenté una sensación que no se repitió jamás en otro sitio. Una gran mayoría de muchachos siguieron caminando y conversando como si nada hubiera pasado. Otros observaban, pero a tanta distancia, que me resultó difícil continuar.
La soledad de la cárcel se me impuso con una densidad tan diferente a otras, como no había podido percibir hasta ese instante.
Ayer el grupo de teatro presentó una obra nueva. La gente que reía y aplaudía modificó la rutina diaria, tan sólida como los barrotes que todo lo rodean.
Este viernes se notó en el aula el golpe de “volver” al silencio cotidiano.
Después de alguna estrofa (generalmente toco tangos viejos muy lunfardos) salta alguna voz lejana de cierta complicidad.
A unos diez metros veo a Julio que se ha quedado solo dentro del aula y escucha con atención. Pareciera que la clase que hace un rato terminamos, continúa para él haciéndose rima orillera. Tiene todavía la carpeta y algún libro delante suyo, debajo de sus manos grandes. Hace minutos nomás, releímos en el curso la declaración de los derechos universales del hombre y la comparamos con el artículo catorce de nuestra Constitución. Siempre escucha con calma y un dejo notable de tristeza.
Canto “En un feca”, un tango anónimo que siempre me piden, donde un tipo le enrostra a una mina, haberlo engrupido como a un niño declarándole un amor que no era cierto. Ese contraste tan ridiculizado del género, que muestra a un guapo que no le teme a nada, pero que sucumbe frente a la mujer que ama. En este forzado mundo carcelario de hombres, una compañera es un perfume de libertad.
Julio me saluda con una leve inclinación de cabeza cuando advierto su atención. Su gesto parece la memoria de algún bar. De pronto ese pupitre se ha vuelto muchas otras mesas recordadas o soñadas.
Con el último acorde, abandona el fondo del aula y se acerca hasta el rincón del patio donde estoy. Le pregunto como andan sus cosas y me comenta que le falta poco tiempo para salir a la calle. “Yo soy de Luján”, agrega, “mi familia tiene panadería y me están esperando”.
Para Él, en esta tarde, los derechos del hombre y las garantías constitucionales, son una mujer que se asoma a su ventana con el olor del pan.

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Hacer lugar al lugar de otro.

Hacer lugar al lugar de otro.
Toma de la película "El pibe"

Somos hijos de alguien que nos mira y nos nombra.

Luego de perder un hijo recién nacido, Chaplin comienza a pensar el guión de la película "El Pibe" (The Kid). Las imágenes del film son el recorrido de esta mirada de Chaplin que busca deseperadamente un sentido a esta pérdida. La foto del momento en que Carlitos "elige" a este bebe abandonado y le pone nombre, me pareció un instante de la historia humana en busca del reconocimiento. Educar es hacer lugar al lugar de otro.

Francisco Mina