libres al sol

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La educación como arte y urgencia

domingo, 22 de junio de 2008

Los presos, la escuela y la libertad.

(Monografía presentada en junio de 2008 para "Análisis filosófico de la educación" del "Tramo pedagógico para profesionales").


“Espero, como tantas otras veces, que el guardia abra la primera de las puertas metálicas que traspasan el muro de hormigón de la unidad 41.
Hace tiempo que trabajo como docente en la escuela de la cárcel. Sin embargo el alambrado de púas, y el ruido de las rejas al cerrarse, me siguen impresionando como el primer día.
Hasta último momento cambié mensajes de texto con el teléfono celular, que he debido dejar en el auto, con mi hija con fiebre. Quizá esta circunstancia de hoy me ha hecho sentir que “entrar” en la cárcel es tan solo “salir”. Un fuerte encierro que me deja afuera de todo y adentro de nada. Lo mío debo abandonarlo. Allí están los afectos, las calles, lo conocido. La cárcel es tan solo la negación de todo lo humano. Un lugar que es estar en ningún lado.”


Introducción




El tema de esta monografía es la inclusión de las personas encarceladas, en las escuelas públicas, de nivel primario y secundario de adultos, que funcionan dentro de las unidades del servicio penitenciario bonaerense.
Desde la experiencia simple de docente, quiero en este trabajo leer algunos textos que nos ayuden a pensar en nuestra actividad, y su sentido en el mundo de hoy.
La temática es tan vasta y compleja, que me ha parecido importante limitar el alcance de esta monografía a una exploración bibliográfica y al enunciado de las preguntas fundamentales sobre la cuestión, que no es poco.
He pensado este trabajo como el juego dialéctico entre miradas, diferentes y complementarias, a tres espacios del hombre que en la sobremodernidad parecen confundirse: la cárcel, el mercado y la escuela.


La cárcel.
“el hombre preso”

Es interesante el intento de narrar la situación a la que nos referimos cuando hablamos de “presos”.
En su contorno más elemental, estar preso es la situación de alguien dentro de una celda y en contra de su voluntad. Sin embargo, su realidad estará marcada por otros elementos que le dan significado.
Cuando alguien ha sido detenido y puesto a disposición de un juez, “ingresa” en el sistema penitenciario.
El setenta por ciento de las personas encarceladas en la provincia de Buenos Aires, esta “procesada” por algún delito, sin sentencia firme. O sea, son inocentes con semiplena prueba de la acción o comisión de un delito, a la espera de la sentencia que ratifique su inocencia o aplique una condena.
El “manual de asistencia y tratamiento” del Servicio Penitenciario relata este paso de la libertad al encarcelamiento de esta forma:
“El ingreso se realizará en horario administrativo diurno, y se conformará un comité de recepción integrado por:
1. Integrante de la Oficina de Registro de Internos: será el encargado de recepcionar la documentación. Confecciona el Formulario Nro. 1, extrae un par de juegos de fichas dactiloscópicas que coteja con las entregadas por la comisión. Ficha fonética y Acta de Recepción. Entrega el recibo de detenido, una vez culminado los trámites de ingreso.
2. Facultativo de la Unidad Sanitaria: Realiza el primer examen in visu del detenido. Completa los formularios de la Historia Clínica. Coteja la información del informe médico remitente.
3. Encargado de Turno u Oficial de la Sección Vigilancia y Tratamiento que lo sustituya: Interroga al detenido sobre antecedentes. Brinda la primera orientación respecto a la cárcel. Cubre las primeras necesidades básicas de alojamiento.
4. Integrante del Grupo Requisa: Examina las pertenencias que trae consigo el detenido. Separa aquellos elementos no permitidos, extendiendo un recibo de los mismos. Asesora al interno respecto de los elementos que puede portar consigo en su permanencia en la unidad.
Concluidos los trámites de ingreso, el Interno será alojado separado del resto de la Población en un Pabellón de Admisión o lugar que cumpla sus funciones. Durante las primeras 24 horas, será permanentemente observado por personal de la Sección Vigilancia y Tratamiento. Dentro de las 48 hs. de ingresado será entrevistado por un directivo de la Sección Vigilancia y Tratamiento, quien comenzará a registrar una semblanza del interno, rescatando aquellas necesidades básicas no descubiertas en la admisión, orientando hacia los distintos programas con que cuenta la Unidad. Entrega y explica al detenido una cartilla donde se exponen los derechos y deberes del interno.”[1]

El término “comité de recepción”, evoca el gesto hospitalario de bienvenida de los antiguos pueblos a un miembro notable. Un interno inaugurará, con su hospedaje en una unidad carcelaria, el paulatino alejamiento de su familia y de sus amigos. Ni la mejor disposición de las diferentes unidades podrá evitar el progresivo distanciamiento con alguien que está señalado como una amenaza social.
Las visitas son controladas. El contacto con el exterior será restringido o prohibido. Las actividades en general, serán rutinarias y masificadamente colectivas.
Si tuviéramos que ensayar las notas fundamentales que definen a un preso desde una mirada antropológica, podríamos decir que es alguien que está solo, que tiene conciencia de ser diferente y despreciado, que sabe que está permanentemente vigilado y controlado y con profundas limitaciones para satisfacer sus deseos.
La mayoría ingresa en un paréntesis vital, donde el tiempo pierde valoración. La apatía solo encuentra una alternativa frecuente en la violencia de aquellos que ya no miden pérdidas o ganancias, y juegan la vida peleando con otros internos.
El resultado luego de algunos años, salvo excepciones, será la insensibilidad emocional, junto a un profundo resentimiento.

“Mi carcelero me conduce a mi celda y me encierra
en ella, me echo sobre un catre y me acurruco allí
como un feto muerto, en un oscuro útero, condenado
a no ver la luz del día.

Luego, de a poco la locura de la desesperación,
se convierte en una cólera, negra y fría.
La ira es buena, afirma que estoy vivo;
todavía entero.

Me tienen atrapado y encerrado, pero no soy
una oveja, sabrán que soy un lobo, que todavía puedo
gruñir; largar una dentellada, y morder la mano
de cualquier intruso.”[2]

La invención de la cárcel es el reemplazo del escenario del Rey que torturaba y mataba como ejemplificación pública de la autoridad y la justicia. Sus muros cerrados serán en adelante el símbolo del trabajo del estado que castiga.
Una nueva maquinaria se pondrá en funcionamiento. Michel Foucalt nos ofrece una clave para la lectura de esta transformación. Muestra el diseño íntimo de la institución carcelaria.
“A estos métodos que permiten el control minucioso de las operaciones del cuerpo, que garantizan la sujeción constante de sus fuerzas y les imponen una relación de docilidad-utilidad, es a lo que se puede llamar las "disciplinas". Muchos procedimientos disciplinarios existían desde largo tiempo atrás, en los conventos, en los ejércitos, también en los talleres. Pero las disciplinas han llegado a ser en el trascurso de los siglos XVII y XVIII unas fórmulas generales de dominación. Distintas de la esclavitud, puesto que no se fundan sobre una relación de apropiación de los cuerpos, es incluso elegancia de la disciplina prescindir de esa relación costosa y violenta obteniendo efecto de utilidad tan grande por lo menos. Distintas también de la domesticidad, que es una relación de dominación constante, global, masiva, no analítica, ilimitada, y establecida bajo la forma de la voluntad singular del amo, su "capricho". Distintas del vasallaje, que es una relación de sumisión extremadamente codificada, pero lejana y que atañe menos a las operaciones del cuerpo que a los productos del trabajo y a las marcas rituales del vasallaje. Distintas también del ascetismo y de las "disciplinas" de tipo monástico, que tienen por función garantizar renunciaciones más que aumentos de utilidad y que, si bien implican la obediencia a otro, tienen por objeto principal un aumento del dominio de cada cual sobre su propio cuerpo. El momento histórico de las disciplina es el momento en que nace un arte del cuerpo humano, que no tiende únicamente al aumento de sus habilidades, ni tampoco a hacer más pesada su sujeción, sino a la formación de un vínculo que, en el mismo mecanismo, lo hace tanto más obediente cuanto más útil, y al revés. Fórmase entonces una política de las coerciones que constituyen un trabajo sobre el cuerpo, una manipulación calculada de sus elementos, de sus gestos, de sus comportamientos. El cuerpo humano entra en un mecanismo de poder que lo explora, lo desarticula y lo recompone. Una "anatomía política", que es igualmente una "mecánica del poder", está naciendo; define cómo se puede hacer presa en el cuerpo de los demás, no simplemente para que ellos hagan lo que se desea, sino para que operen como se quiere, con las técnicas, según la rapidez y la eficacia que se determina. La disciplina fabrica así cuerpos sometidos y ejercitados, cuerpos "dóciles". La disciplina aumenta las fuerzas del cuerpo (en términos económicos de utilidad) y disminuye esas mismas fuerzas (en términos políticos de obediencia). En una palabra: disocia el poder del cuerpo; de una parte, hace de este poder una "aptitud", una "capacidad" que trata de aumentar, y cambia por otra parte la energía, la potencia que de ello podría resultar, y la convierte en una relación de sujeción estricta. Si la explotación económica separa la fuerza y el producto del trabajo, digamos que la coerción disciplinaria establece en el cuerpo el vínculo de coacción entre una aptitud aumentada y una dominación acrecentada.[3]
Foucalt mostrará como la maquinaria gruesa de dominio sobre el cuerpo en suplicio, va a ser reemplazada por esta forma sutil de dominación lenta que es la disciplina de la cárcel.

Cuenta un interno en un escrito que presentó en el año 2007 al Juez de su causa junto a una carpeta con sus actividades en la cárcel: “He pensado mucho tiempo en esta carta que ahora Ud. tiene en sus manos. Espero que pueda brindarme un momento para leerla.
Acepto que cometí errores, y soy conciente que tengo que pagar por ellos. Afortunadamente jamás lastimé físicamente a una persona.
Vivía una vida bastante complicada. Creía saberlo todo. Acá dentro, uno se da cuenta que no sabe nada.
En este tiempo me di cuenta que había perdido todos los valores, pero fundamentalmente a mis hijos que extraño profundamente. Quisiera darles una vida mejor que la que hasta ahora han tenido. Los abandone, y me duele tanto, que podría decir que ese es mi verdadero castigo.”
La arbitrariedad del sistema judicial reemplazará el cadalso y los verdugos de antaño con un infinito juego de beneficios de anticipación o demora de la libertad, ligados a informes psicológicos y de conducta. De esta manera el interno vivirá “pendiente” de cada movimiento incomprensible en su causa judicial y vinculará cada paso de su vida carcelaria a esta cotidiana observación.
Foucalt transcribe el instante realmente último de la pena de Damián, un delincuente que había intentado asesinar al Rey. El final de la narración de uno de los verdugos a modo de crónica no es la muerte, sino el aniquilamiento de los mismos rastros del cuerpo y hasta la preocupación de su presencia en la memoria popular.
"...En cumplimiento de la sentencia, todo quedó reducido a cenizas. El último trozo hallado en las brasas no acabó de consumirse hasta las diez y media y más de la noche. Los pedazos de carne y el tronco tardaron unas cuatro horas en quemarse. Los oficiales, en cuyo número me contaba yo, así como mi hijo, con unos arqueros a modo de destacamento, permanecimos en la plaza hasta cerca de las once.
"Se quiere hallar significado al hecho de que un perro se echó a la mañana siguiente sobre el sitio donde había estado la hoguera, y ahuyentado repetidas veces, volvía allí siempre. Pero no es difícil comprender que el animal encontraba aquel lugar más caliente." [4]
La cárcel se instalará en el discurso de la seguridad contemporánea, como un encubrimiento democrático del mismo deseo antiguo de pensar una sociedad mejor, solo en la desaparición de los que piensan y actúan de un modo distinto y amenazador.


El mercado.
“La vida en venta”

“De las miles de millones de conversaciones por telefonía móvil que ocurren cada hora en las ciudades y suburbios del mundo, la mayoría, sean privadas o de negocios, comienzan con una declaración del paradero o ubicación aproximada de quien llama. La gente necesita de inmediato identificar con precisión dónde se encuentra. Es como si estuvieran perseguidos por la duda de que tal vez no estén en ninguna parte. Circundados por tantas abstracciones, tienen que inventar y compartir su localización transitoria.
Hace más de treinta años Guy Debord proféticamente escribió: "la acumulación de bienes de consumo producidos masivamente para el espacio abstracto del mercado, así como aplastó todas las barreras regionales y legales, y todas las restricciones corporativas de la Edad Media que mantenían la calidad de la producción artesanal, también destruyó la autonomía y la cualidad de los lugares".
El término clave del caos global actual es la dislocación, o la relocalización. Esto no se refiere únicamente a la práctica de mover la producción a donde quiera que la mano de obra sea más barata y las regulaciones, mínimas.
Contiene también el sueño demente de salirse de margen, propio del nuevo poder en funciones: el sueño de minar el estatus y confianza de todos los lugares fijos previos, de tal manera que el mundo entero sea un solo mercado fluido.
El consumidor es esencialmente alguien que se siente perdido (o a quien se le hace sentir perdido) a menos que consuma. Las marcas y logotipos de las mercancías son el sitio que nombra esa ninguna parte.
Otros signos que anuncian la Libertad y la Democracia, términos robados de periodos históricos previos, se usan también para confundir. En el pasado, fue una táctica común de quienes defendían su tierra natal contra los invasores el cambiar las señales camineras para que una que indicaba ZARAGOZA, apuntara en la dirección opuesta hacia BURGOS. Hoy no son quienes se defienden, sino los invasores extranjeros, los que invierten los signos para confundir a las poblaciones locales, para confundirlas acerca de quién gobierna a quién, acerca de la naturaleza de la felicidad, del alcance del quebranto o de donde ha de hallarse la eternidad. El propósito de estas direcciones falseadas es persuadir a la gente de que ser un cliente es la salvación última.
Sin embargo, a los clientes los define el sitio de su salida y su pago, no dónde viven y mueren.”[5]

La Argentina territorializó sus conflictos a partir de la década del 90. Los “countries” y barrios cerrados se erigieron como una alternativa nueva de vivienda que homogeniza el poder adquisitivo y el temor a la inseguridad. Simbolizan el desplazamiento del “ciudadano” al “consumidor”. Las “privatizaciones” serán la expresión máxima del empobrecimiento de lo público.
Las cárceles de la provincia de Buenos Aires de hoy están plenamente atravesadas por esta cuestión del consumo. La mayoría de los alojados en ellas tienen en sus espaldas delitos contra la propiedad.
Desde 1990 hasta nuestros días, se triplicó el número de detenidos.
“El Estado se encaminó hacia el re­forzamiento del sistema represivo institucional, apuntando al control de las poblaciones pobres, y a la represión y criminaliza­ción del conflicto social. Así, frente a la pérdida de integración de las sociedades y el creciente aumento de las desigualdades, el Estado aumentó considerablemente su poder de policía, lo cual trajo como consecuencia un progresivo deslizamiento hacia un "Estado de Seguridad". Ese rasgo, que actualmente configura las democracias latinoamericanas, no debería ser desvinculado de la emergencia de nuevas fronteras políticojurídicas, en rela­ción, entre otras cosas, al tratamiento de la conflictividad social que apunta a la criminalización de diversas categorías sociales.”[6]
La cárcel será el “barrio cerrado” de aquellos que no pueden acceder legalmente a la oferta de bienes y servicios como la única forma de “salvación” que señalaba Berger.
Compartirán la misma simbología: guardias, muros, seguridad y encierro.

En la medida de los posible, los internos seguirán reproduciendo en la cárcel un modelo de consumo y de violencia asociado a su acceso. En una clase de Educación Cívica, un alumno propuso en un práctico sobre la convivencia en el penal, que el calzado fuera provisto por el servicio penitenciario, evitando así las zapatillas costosas y las muertes o heridas que por ellas se sucedían frecuentemente.
La necesidad por construir un lugar humano en la cárcel se mostrará en los gestos cotidianos. La comida diaria que provee el servicio, ya preparada para ser consumida, será siempre reciclada en los pabellones. Esto muchas veces requerirá la paciencia de esperar el turno para usar una pequeña hornalla donde los alimentos se volverán a transformar como una forma de apropiación que supere la masividad de un menú para todo el penal.
“Si un lugar puede definirse como lugar de identidad, relacional e histórico, un espacio que no puede definirse ni como espacio de identidad ni como relacional ni como histórico, definirá un no-lugar. La sobremodernidad es productora de no lugares, es decir, de espacios que no son en sí lugares antropológicos y que, contrariamente a la modernidad baudeleriana, no integran los lugares antiguos: éstos, catalogados, clasificados y promovidos a la categoría de 'lugares" de memoria", ocupan allí un lugar circunscripto y específico. Un mundo donde se nace en la clínica y donde se muere en el hospital, donde se multiplican, en modalidades lujosas o inhumanas, los puntos de tránsito y las ocupaciones provisionales (las cadenas de hoteles y las habitaciones ocupadas ilegalmente, los clubes de vacaciones, los campos de refugiados, las barracas miserables destinadas a desaparecer o a degradarse progresivamente), donde se desarrolla una apretada red de medios de transporte que son también espacios habitados, donde el habitué de los supermercados, de los distribuidores automáticos y de las tarjetas de crédito renueva con los gestos del comercio "de oficio mudo", un mundo así prometido a la individualidad solitaria, a lo provisional y a lo efímero, al pasaje, propone al antropólogo y también a los demás un objeto nuevo cuyas dimensiones inéditas conviene medir antes de preguntarse desde qué punto de vista se lo puede juzgar. Agreguemos que evidentemente un no-lugar existe igual que un lugar: no existe nunca bajo una forma pura; allí los lugares se recomponen, las relaciones se reconstituyen; las "astucias milenarias" de la invención de lo cotidiano y de las "artes del hacer" de las que Michel de Certeau ha propuesto análisis tan sutiles, pueden abrirse allí un camino y desplegar sus estrategias. El lugar y el no-lugar son más bien polaridades falsas: el primero no queda nunca completamente borrado y el segundo no se cumple nunca totalmente: son palimpsestos donde se reinscribe sin cesar el juego intrincado de la identidad y de la relación. Pero los no lugares son la medida de la época, medida cuantificable y que se podría tomar adicionando, después de hacer algunas conversiones entre superficie, volumen y distancia, las vías aéreas, ferroviarias, las autopistas y los habitáculos móviles llamados "medios de transporte" (aviones, trenes, automóviles), los aeropuertos y las estaciones ferroviarias, las estaciones aeroespaciales, las grandes cadenas hoteleras, los parques de recreo, los supermercados, la madeja compleja, en fin, de las redes de cables o sin hilos que movilizan el espacio extraterrestre a los fines de una comunicación tan extraña que a menudo no pone en contacto al individuo más que con otra imagen de sí mismo.”[7]

Antonio Pujía, un escultor argentino maravilloso, realizó una obra que tituló “el espejo del alma”. Está íntegramente trabajada en bronce, en cinco cuerpos que se encastran y que él llama “capítulos”. En el interior se esconde un rostro que se enfrenta con un “negativo” de las facciones que lo asfixia. Hacia un extremo exterior, cubierto de vendas, solo se asoman dos ojos con una desgarradora tristeza. Hacia el otro exterior restante de la pieza, una reja deja ver en el fondo un espejo (pulido en el bronce) donde el observador se puede mirar, ...encarcelado.
En el año 2006 hicimos un cortometraje de cine experimental con los alumnos de la escuela. El comienzo de la historia narraba el deseo de libertad. El corto, concluyó con los ruidos de las celdas cerradas y una oscuridad y silencio sin final.
La cárcel es otro “no-lugar” de la sobremodernidad.


La escuela.
“La otra puerta”

La escuela no puede ofrecer nada diferente a su propia identidad. Es solo dueña de sus inquietudes y preguntas y puede contagiarlas.
En la continuidad de su origen disciplinar, común a la cárcel, será un elemento mas del control y la vigilancia. “El hospital primero, después la escuela y más tarde aún el taller no han sido simplemente "puestos en orden" por las disciplinas; han llegado a ser, gracias a ellas, unos aparatos tales que todo mecanismo de objetivación puede valer corno instrumento de sometimiento, y todo aumento de poder da lugar a unos conocimientos posibles.”[8]
La escuela dentro de los muros de la cárcel, vivirá permanentemente esta tensión entre ser una herramienta de control o liberación.
En su profunda vocación, la de una búsqueda de sentido, es la única provocadora del ultimo arrebato de sus alumnos encarcelados: la construcción de una libertad duradera.
No regala nada, solo provoca y acompaña a aquellos que pueden desear algo distinto, y construirlo.
La escuela, en el imaginario de los presos, es el lugar al que no han sido incluidos en la edad de crecer. Es el profundo reconocimiento de una invitación que no estuvo, como toda la educación elemental de adultos.
Para el saber popular, en la cárcel los presos “entran por una puerta y salen por la otra”. ¿Cuál es esa otra puerta? Aquellos de gran poder político y económico accederán a la desigualdad de miles de recursos en su defensa para evitar la privación de la libertad. Cuando no logren este objetivo de máxima, organizarán su pasar entre rejas como si no lo estuvieran. Las maravillas del mercado posibilitarán que poco se diferencie una celda, del encierro confortable al que acceden miles de personas como objetivo de su “casi laboriosa felicidad”. Esta “puerta” por la que algunos delincuentes “salen” es minoritaria. Aquellos que dialogamos a diario con los “anónimos no famosos” del delito, conocemos de larguísimos procesos, de la complicidad entre la ignorancia y el olvido. De las miserias y el dolor del deterioro progresivo.
En la soledad de la rutina carcelaria, al ingresar a la escuela, el preso dejará de serlo por un tiempo. Saldrá del pabellón, sus reglas y su lenguaje, y se transformará en un alumno. La escuela es tan distinta a lo de todos los días, que por propia iniciativa se bañarán y se cambiarán de ropa para ingresar en ella.
De una sobreadaptación inicial, los alumnos irán incorporando palabras y aprendiendo a relatar su vida y sus deseos antes que actuarlos con violencia.
Las carpetas se cuidarán para ser mostradas a sus hijos, a la esposa, a los padres. Serán el símbolo de una nueva oportunidad.
En las aulas vienen personas que no son parte ni de la justicia, ni de las fuerzas de seguridad. En ellas se hablará de la calle, con palabras de la gente “de afuera”.
Paradójicamente a la experiencia que vivimos en las escuelas comunes, donde la educación es un mercado y el docente un empleado de comercio, tanto los docentes de primaria como los de la Escuela secundaria recuperamos en las escuelas de cárcel el apelativo de “maestros”.

“Vengan maestros desde afuera,
a abrir las puertas del conocimiento.
“Colonicen” nuestras aulas en la “tumba”,
despojando falsos miedos.

Vengan maestros tumberos,
sembradores de simiente de saberes,
surcadores de espacios sin tiempos ni distancias,
orfebres de mentes marginadas,
cómplices de hechos literarios.
saliiéris de Almafuerte y de Platón,
conciliadores de Libertad interior,
curadores de ética vapuleada,
sabedores de moral y moralejas.

Vengan maestros desde afuera
abriendo “sapos”[9] y rejas oxidadas,
la tumba ya es tierra marginada
si hay maestros tumberos en el aula.”[10]

No existe en la historia de la filosofía una imagen más poderosa que la cueva descrita por Sócrates en La República de Platón[11].
Este oscuro y profundo agujero está habitado por prisioneros atados de tal manera que lo único que pueden ver es el juego de sombras en una pared interior, figuras efímeras que se confunden con la realidad. Lejos de estas pobres almas, fuera de su morada subterránea, se encuentra la deslumbrante luz del Sol, una visión que sólo se puede percibir al salir, después de una agotadora caminata.
El fin de la escuela en la cárcel es el desafío de la educación como inclusión cultural y como literal propuesta de libertad.
La escuela en la cárcel le pone palabras nuevas a un hombre que siempre, y en todas las circunstancias puede ser otro.
Una escuela es siempre una esperanza de libertad. Esa es la ilusión que guardan los padres cuando llevan sus hijos al colegio.
“Al que sabe no lo pueden engañar así nomás”. “Cuando yo aprenda a leer no me van a hacer firmar cualquier cosa”, dicen nuestros alumnos con ilusión.
En estas aulas se actualiza cada día la paradoja entre la libertad como algo que te dan o te quitan los demás, y aquel estado de los hombres que no tienen dueño porque simplemente no están en venta. Los docentes nos internamos en el penal por elección, para acompañar a las personas que han delinquido en la búsqueda de algo mas que estar sueltos. No somos ingenuos. Padecemos como muchos la profunda contradicción de una sociedad que muestra un ideal de consumo y ostentación cada vez mayor y la exclusión humillante e injusta de personas que no logran trabajo, educación y salud.
En estas paredes se cruzan dos instancias del Estado democrático: la sanción a aquellos ciudadanos que han trasgredido la ley, y la educación, el primero de los recursos que una republica tiene para incluir a los ciudadanos en un proyecto de paz.
Conviven aquí dos formas de justicia: aquella que sanciona el delito y aquella que ofrece las herramientas para no quedar afuera. Cuando la escuela llega antes, administra una justicia creadora de derechos y no tan solo sancionadora.
Estar preso es estar “detenido”. Como un modo de defensa la mayoría fantasea en recuperar el movimiento vital recién al salir en libertad. Todo lo bueno esta afuera. El barrio, los amigos, los hijos, la familia, se imaginan detenidos también, quietos, y esperando. No es así.
La escuela es una buena manera de “seguir andando”. Es un pedazo de calle, un anticipo de la libertad, un barrilete que se remonta adentro... pero que vuela afuera.
Los presos acceden a ingresar a la escuela por elección. Cuando alguien decide inscribirse es porque ha encontrado una alternativa a la soledad y la bronca carcelaria y cree poder hacer algo por su vida.
La escuela es una buena palabra que acompaña en este momento difícil. Es una mano que ayuda para seguir andando, para no “encarcelar la cabeza”.[12]
La escuela es “la otra puerta”. Enseña con sus viejas y nuevas herramientas la única sabiduría valedera: la libertad.
Conclusión
He intentado conceptualizar algún aspecto de nuestra experiencia docente en una escuela de cárcel.
Con las miradas elegidas para el trabajo, he buscado mostrar las líneas difusas que separan y distinguen la vida en una prisión, y las propuestas esclavizantes de una sociedad consumista atravesada por el temor de la inseguridad. La escuela puede disolverse en estos mismos parámetros, o ser generadora de una búsqueda novedosa.
Varios temas abiertos en este trabajo, merecerían ser continuados en su análisis: los contactos entre “la disciplina” de la cárcel y la escuela, la noción de lugar antropológico y la experiencia particular del preso con el espacio y el tiempo y la educación como fuente de transformación e inclusión social, entre otros.
Consideramos interesante haber podido abrir preguntas que nos sigan inquietando en nuestra acción.

Francisco Mina

Bibliografía citada.

Vigilar y Castigar: nacimiento de la prisión.
Michel Foucalt
Siglo veintiuno editores
Bs. As. 2006

Mirar.
John Berger
Ediciones de la Flor
Bs. As. 2005

La sociedad excluyente.
Maristella Svampa
Taurus
Bs. As. 2005

Los no lugares.
Espacios del anonimato.
Marc Auge
Gedisa
Barcelona. 2000

La República.
Platón
Edicom
Barcelona. 1999

Manual de Asistencia y Tratamiento.
Servicio Penitenciario Bonaerense.
www.spb.gba.gov.ar
(consulta realizada en mayo de 2008)

Concurso de Poesía “Francisco Paco Urondo”
(Realizado en las cárceles de la Pcia. de Bs. As.)
Programa Nacional “Educación en contextos de encierro”
Inédito. Compilación del Ministerio de Educación
y Ministerio de Justicia de la Pcia. de Bs. As. 2005

Notas:

[1] “Manual de Asistencia y Tratamiento”. Servicio Penitenciario Bonaerense. (pag. 6)
[2] “Nada es lo que parece” de Alejandro Quiroz Caballero. Concurso de Poesía “Paco Urondo”
[3] “Vigilar y Castigar”. Michel Foucalt. pag 142
[4] A. L. Zevaes, Damiens le régicide, 1937, p. 201 (en “Vigilar y castigar” pag. 13)
[5] John Berger. “Donde hallar nuestro lugar”.
[6] Maristella Svampa “La sociedad excluyente” (pag. 38)
[7] Marc Auge. “Los no lugares. Espacios del anonimato”. (pag. 83)
[8] “Vigilar y Castigar” (pag 227)
[9] “candado”, en la jerga tumbera.
[10] “Maestros tumberos” de Tito Lezcano. Concurso de Poesía “Paco Urondo”
[11] Platón “La República” Libro séptimo (pag 247 y ss)
[12] Una expresión tumbera sobre la adaptación a la cárcel es “te pegó la reja”.

3 comentarios:

Carmen dijo...

Realmente muy interesante el tema que abordás, creo que no disponemos de variada bibliografía al respecto principalmente asociando la práctica con la teoría, tu blog lo contempla y eso lo hace aún más interesante. Gracias por tus palabras en mi página.
Un afectuoso saludo.

Anónimo dijo...

Francisco fui alumno tuyo y bue me meti en esto del blog es muy interesante el tuyo, si tenes tiempo pegale una mirada al mio!...
http://grandesfraseshistoria.blogspot.com/

Anónimo dijo...

Mirar y Pensar, Leer y Pensar,
Hablar y Pensar. El ejercicio de compartir la reflexion es, sin duda, la forma más apasionante de la construcción del conocimiento.

Tus palabras me llevan a eso. A conocer, a experimentar las contradiciones. Y no puedo dejar de pensar como educadora, como pedagoga cómo transitarlas.
La escuela, institución nacida al calor de la modernidad se instala con fuerza en las representaciones, en los sentidos, en los discursos.
Una escuela que cada clase resignificará según sus propias visiones e intereses.
Sería poco estratégico (para quienes deseamos, soñamos y trabajamos por una sociedad más justa) no defenderla como un espacio de libertad, pero sería ingenuo no saber que participación tiene en la creación de la sociedad disciplinaria de la modernidad.

Pensar en Educación Popular en el marco de la Educación dentro de la carcel es sin duda un desafio, pensar en Educación popular ya lo es...
Creo que empezar con plantearnos a pensar la educación como acto de creación, la educación como acto de expresión, de desnaturalización, de posibilidad de escuchar y decir, como espacio de comprensión y producción es un buen comienzo.

Gracias por compartir
estamos en contacto
Evangelina Rico

Hacer lugar al lugar de otro.

Hacer lugar al lugar de otro.
Toma de la película "El pibe"

Somos hijos de alguien que nos mira y nos nombra.

Luego de perder un hijo recién nacido, Chaplin comienza a pensar el guión de la película "El Pibe" (The Kid). Las imágenes del film son el recorrido de esta mirada de Chaplin que busca deseperadamente un sentido a esta pérdida. La foto del momento en que Carlitos "elige" a este bebe abandonado y le pone nombre, me pareció un instante de la historia humana en busca del reconocimiento. Educar es hacer lugar al lugar de otro.

Francisco Mina