En mayo de este año nuestra escuela media 7 de Campana cumple 10 años, mejor dicho, cumplimos 10 años. No hay otro sujeto posible donde se encarne esta realidad de nuestra escuela, que en el presente. Los que hoy somos la escuela, y me refiero con esto a los directivos, docentes y por sobre todas las cosas a los alumnos, hacemos memoria de los años pasados y festejamos lo que somos hoy. Estas líneas son solo un borrador para pensar. Como todo borrador sirve para provocar, para iniciar alguna idea en común y también para ser desechado.
Tenemos muchas posibilidades para celebrar este aniversario. Una de ellas, la más habitual, será la preparación de diferentes actos que subrayen la memoria histórica, el festejo, el reconocimiento, etc. Serán una vez mas un momento comunitario que necesitamos.
Junto con estos gestos públicos, también se nos brinda otro desafío común, pensar en quien somos. En este sentido, mas que un buceo en una realidad completa y oculta, se trata mas bien de buscar objetivos deseados y posibles, compartir motivaciones que entusiasmen y porque no, intentar librarnos de los obstáculos que nos atemorizan y detienen. Quizá la identidad de nuestra escuela sea mas un acto de decisión que un descubrimiento. En este sentido, la pregunta adecuada no es “quien somos” sino más bien “quien queremos ser”. Es cierto que para hacernos ambas preguntas es siempre saludable intentar la memoria de quien fuimos.
Solo como un apunte desprolijo se me ocurren algunos renglones para iniciar la vuelta.
Michel Foucault describe las tres patas que sostienen la mesa de la sociedad del mercado capitalista, germinada en la modernidad: la escuela, la fábrica y la cárcel. Los tres espacios darán “lugar” al nuevo ciudadano. Los tres tendrán una herramienta común: la disciplina.
En “vigilar y castigar. El nacimiento de la prisión”, quizá uno de sus principales textos, dice que la médula de la disciplina es “explorar, desarticular y recomponer” al hombre que la ciudad necesita. Las palabras evocan casi literalmente la acción del Dr. Frankestein fabricando al “hombre necesario”.
Observar, evaluar, diagnosticar, como formas de una mirada que no “reconoce” sino más bien explora para el control.
Desarticular, romper vínculos “nocivos”. En algunos casos literalmente romper huesos. Desautorizar, descalificar saberes “incorrectos”, “viciosos” y sobre todo improductivos.
Recomponer. Armar las cosas como “deben ser”. Rehabilitar, resocializar. Reconvertir la rebeldía en docilidad.
Foucault dice que la disciplina moderna busca dos efectos simultáneos: bajar la violencia y rebeldía que obstaculiza el proyecto ciudadano, y acrecentar la fuerza productiva.
La escuela será un tutor (la varita que se ata al árbol para que no se doble) que evite desvíos y los corrija si han comenzado incipientemente. La fábrica será el camino ordenado de tener cosas (el hombre que compra) dentro de la ley, y la cárcel será el espacio que suplante al Estado vengativo y verdugo para intentar con máxima firmeza lo que los espacios previos no han logrado. La ultima oportunidad de hacer un hombre de bien, dirían nuestros abuelos.
Se me ocurre que la apropiación de niños en la dictadura tenía este modelo como imaginario. Desgajar a una persona de su identidad y su entorno “deformante” para ofrecerle una familia “correcta”.
No quiero abaratar un tema tan nudoso y complejo de la reflexión contemporánea. Tampoco es mi propuesta un debate filosófico. Se me ocurre necesario acaso, el diálogo simple sobre la escuela como medio de hospedaje humano. Como espacio de diálogo en el que la palabra suplante al gesto violento. Pensar en nuestra sociedad, en nosotros, corriendo permanentemente detrás de los mismos bienes que nuestros alumnos roban. El delito contra la propiedad merece ser pensado con criterios diferentes a los del final de la segunda guerra. Nuestras cárceles están pobladas de jóvenes entre dieciocho y veinticinco años. La misma franja etaria que no encuentra trabajo, que cuando lo encuentra paga derechos de piso infrahumanos. Es la edad a la que apuntan todos los posibles consumos abusivos legales e ilegales, desde el celular hasta la pasta base de cocaína. Es la edad que mas muere en las rutas en accidentes de tránsito.
Nuestra escuela solo es “carcelaria” si continúa la hipocresía de una sociedad que invita a la realización personal por la posesión de bienes como único camino, y luego no ofrece alternativas claras e igualitarias de acceso. Somos educadores de un país que sanciona como extrañas a si misma las cosas que antes inspiró en la conducta de sus dirigentes y autoridades.
El setenta por ciento de los encarcelados tienen relación con el robo automotor. Un delito que solo es sustentado por un negocio millonario, donde nuestros alumnos roban, muchas autoridades policiales y políticas sostienen y lucran, y una cantidad realmente inmensa de ciudadanos, compra piezas robadas con la conciencia limpia. Ninguno de los tres componentes del negocio es ajeno. Es bueno que no se justifique el delito. La escuela sin embargo es el espacio donde debemos poder dialogar, o sea: escucharnos, hablar y encontrar soluciones reales a la violencia ciudadana y al dolor hecho habitualidad y costumbre.
La escuela es la primera ley extrafamiliar que propone orden en el acuerdo democrático. Sin embargo nuestro país vive una crisis de legalidad.
En un orden mas subjetivo, aquellos que enseñamos en nuestra escuela, también estamos sometidos al miedo de todos los argentinos. Para todos, la inseguridad es una realidad que se mueve entre el mensaje de los medios de comunicación, que la transforma en un espectáculo y las medidas familiares de protección y cuidado. Sin embargo nosotros entablamos una relación pedagógica y por ende política con esa población señalada como protagonista de la violencia ciudadana. ¿Como vivimos este doble protagonismo como víctimas del miedo y creadores de confianza en un aula?
Nuestra dificultad para compartir públicamente conflictos y articular soluciones concretas, junto a un mundo subterráneo de comentarios y difamaciones, se parece demasiado al clima de desconfianza y secreto de la vida carcelaria.
La educación sigue siendo la única utopía que posibilite justicia y equidad en la construcción social. Educar en una cárcel es intentar con medios nuevos y viejos el acuerdo básico de una identidad ciudadana en paz.
Francisco Mina
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